Hay veces en la vida, momentos, situaciones, sentimientos a los que se nos hace imposible nombrar, ponerles palabras. Podemos sentirnos abrumados, podemos sentir que la vida nos pasa por encima, o algo así. Y los seres humanos tendemos a querer explicar todo, a nombrar todo, pero hay veces en las que eso es simplemente imposible. Según Elisabeth Kübler-Ross, cuando nos estamos muriendo, o sufrimos una pérdida catastrófica, todos pasamos por cinco etapas de duelo.
La primera de ellas, la negación, porque la pérdida es inconcebible, no imaginamos que es cierta. Nos enojamos con todos, enojados con los sobrevivientes, enojados con nosotros mismos. No queremos saber nada con nadie. Repetimos que estamos bien, queremos sacarnos al mundo de encima, que nos dejen de presionar. ¿Por qué todos se meten tanto? Entonces negociamos. Rogamos, suplicamos, ofrecemos todo lo que tenemos. Damos nuestras almas, a cambio de un día más. Una hora más, un minuto más, tan sólo un segundo más. Pero no. Cuando la negociación falla y cuesta mantener la ira, caemos en una depresión, desesperación, hasta que finalmente tenemos que aceptar que hicimos todo lo que pudimos. Por estar con ellos, por sentirnos mejor. Por hacerlos sentir mejor. Y entonces, lo dejamos ir. Lo dejamos ir y pasamos a la aceptación. Por mucho que nos cueste aceptarlo, aprendemos cómo combatir la muerte, pero nunca aprendemos cómo continuarla. Así que simplemente intentamos hacer lo mejor poniendo todo de nosotros. Es difícil encontrarle una explicación a todo esto. Miramos a nuestro alrededor sintiendo cada habitación vacía, cada esquina solitaria, y pasan las horas, pasan los días, y por momentos nos vamos reponiendo. El diccionario define dolor como: "Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior. Sentimiento de pena y congoja." En el colegio nos enseñan a aprender a confiar en libros, en definiciones, en absolutos. Pero en la vida real, las definiciones raramente se aplican. En la vida real, el dolor puede parecerse a un montón de cosas que se asemejan a una pena aguda. El dolor puede ser algo que todos tenemos en común, pero se ve diferente en cada uno. Lo tomamos distinto, lo aceptamos distinto, incluso lo tratamos distinto. Porque no es fácil lidiar con estas situaciones, cuando la vida te arranca un pedazo del cuerpo para no devolvértelo jamás. Un pedazo imposible de llenar, imposible hacer que deje de doler. Sólo podemos acostumbrarnos al dolor. La muerte, la muerte viene sin pedir permiso, la muerte se lleva lo mejor de nosotros, la muerte se lleva la luz. No es sólo muerte lo que tenemos que enterrar. Es la vida, es la pérdida, es el cambio. Es eso que viene y da vuelta todo lo que tenemos, revuelve todo, nos hace hacer cosas inesperadas, impensadas. No entendemos, no queremos entender, no queremos vivir, ¿para qué si todo lo bueno se termina? Un ataque de nervios. Un ataque de llanto. NECESITO QUE VENGAS Y ME DESPEINES, NECESITO QUE ME AYUDES A ENCONTRAR LA FORMA, QUE ME HAGAS SABER QUE ESTOY ACÁ POR ALGO. AYUDAME A RESPIRAR. Y cuando nos preguntamos por qué tiene que ser tan malo a veces, por qué tiene que doler tanto, lo que tenemos que recordar es que se puede dar vuelta. Así es cómo seguís vivo. Cuando duele tanto que no podés respirar, así es cómo sobrevivís. Recordando que un día, de alguna manera, increíblemente, no se sentirá de esta manera. No dolerá de esta forma. Porque vas a ser capaz de recordar a esa gente con todo lo bueno que te dieron y por ende, todo lo bueno que te dejaron. Porque fueron únicos e irrepetibles, increíbles. El dolor viene en su propio momento para cada uno, a su propia manera. Así que lo mejor que podemos hacer, lo mejor que cualquiera puede hacer, es intentar ser sincero. Con todos, con uno mismo. Lo realmente malo, la peor parte del dolor, es que no podés controlarlo. Lo mejor que podés hacer es intentar sentirlo cuando llega. Darse cuenta, aceptarlo, levantar la cabeza e intentar seguir. Con los ojos rojos, llenos de lágrimas, llenos de dolor. Pero con la frente en alto, como todos quisieran vernos. Hay que dejarse querer y apoyar, dejarse abrazar en el ataque de rabia, dejarse acompañar y escuchar. Y dejarlo pasar cuando podemos. La peor parte es que cuando creés que lo superaste, empieza otra vez. Te toma por sorpresa. Y siempre, cada vez, te quita el aliento. Hay cinco etapas del dolor. Se ven diferentes en cada uno de nosotros, pero siempre son cinco. Negación, ira, negociación, depresión, aceptación.
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