martes, 10 de enero de 2012
Cuando el sueño es sacrificio.
La mayoría de las personas tienen la cabeza llena de pensamientos parecidos. Sueños, amigos, una vida normal. Deseamos con todas nuestras fuerzas poder conseguir esto que anhelamos, que nos llena el alma desde que somos realmente muy pequeños. Vas moldeando una figura mental de cómo querés ser y de todo aquello que querés hacer. Pero para poder conseguirlo, sacrificamos todo por ese increíble momento, ese momento en el que nos convertimos oficialmente en lo que queremos. Pero no siempre es fácil. Me atrevería a decir que de hecho, es muy complicado conseguirlo, y más complicado aún es no caer durante la batalla. Hay días en los que el sacrificio que hacemos parece valer la pena. Y otros días en los que todo parece un sacrificio. Lo más difícil de la lucha, contra nosotros mismos y contra todo lo que nos rodea, es recordar el por qué de lo que estamos haciendo. Porque también están los sacrificios que ni siquiera nos damos cuenta por qué los estamos haciendo y perdemos las ganas, no entendemos para qué es necesario luchar si no vamos a recibir nada a cambio, nos cuesta encontrar el fin, el trofeo que nos espera. Alguien dijo una vez que se puede tener todo lo que se quiera en la vida si se sacrifica el resto por ello. Y con esto quiso decir que todo tiene su precio. Y a lo que hay que prestar suma atención antes de empezar la batalla es a decidir cuánto estamos dispuestos a perder. Muchas veces, se sacrifica mucho más de lo que se consigue, y conseguirlo significa olvidar lo que sabemos que es correcto. Lo complicado es no olvidarnos de quiénes fuimos antes de empezarla, de luchar, de querer tirar todos los muros que lo puedan impedir. Y permitir que alguien entre a nuestras vidas, significa abandonar las paredes que te pasaste construyendo toda la vida para alejarlos. Para hacerte fuerte. Para convencerte de que tus sueños y tu imagen te podían alcanzar para el resto de la vida. Y nos acomodamos. Pero claro que no es tan simple, porque los sacrificios más grandes son los que nos pasan cuando estamos desprevenidos. Cuando estamos preparados para enfrentarnos a lo que sea que pueda aparecer tenemos muchísimas más chances de ganar la pelea. Pero cuando no tenemos tiempo para armar una estrategia, de elegir de qué lado estar o de medir las posibles pérdidas, cuando no conocemos la magnitud de lo que se presenta. Cuando el sueño se convierte en un sacrificio. Cuando eso pasa, cuando la batalla nos elige a nosotros y no al revés, es entonces que el sacrificio puede resultar más de lo que podemos soportar. Y es posible que perdamos. Que seamos derrotados por un monstruo invencible que sólo nos dejará unas incansables ganas de prepararnos para la siguiente batalla. Y así, armados y preparados. Tener la posibilidad de ganarla y ser por fin todo eso que siempre soñamos.
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