Escapar no es una opción. No puedo abrir la puerta y simplemente correr en la dirección contraria. No puedo. (¿No quiero?)
El sudor cae por el costado de mi cara, mis manos no podrían estar más mojadas. Pero intento sostener el lápiz para que no se deslice y sigo. Quiero escribir tan rápido y soltarlo todo que no puedo evitar equivocarme un poco mientras avanzo. La letra aparece corrida, por un momento los ojos pierden el foco. Pero no necesito ver, sólo tengo que sentir. No se apaga la sed, pero aminora la desesperación. Siento al sufrimiento apartarse de mi. Se aleja. Y con un movimiento ligero de cabeza lo despido, con deseos de que sea para siempre. Esperando que no quiera volver. Volver con el único fin de arrancar de mi lo mejor que tengo. Mi cable a tierra, lo único que me mantiene en pie.
Mi escape. Porque es la función que cumple éste ritual. Que es único, que es mío, que nunca nadie vio. Ese momento en el que mi mente pasa a un estado superior de conciencia. Donde lo que me rodea desaparece por unos instantes. Esos segundos en lo que mis ojos no necesitan al parpadeo constante, no necesita mi cuerpo de la respiración. Donde se produce agitación. La excitación. Ese calor y con él la transpiración. Que le da el toque justo, que me trae la satisfacción de siempre. Ese sabor conocido. Una sensación que no me produce ninguna otra cosa.
Y podría escribir sobre cualquier cosa, pero no lo necesito. Es ésta santa ceremonia la que quiero resaltar. La que viene y muy pocas veces se va. A la que soy adicta. ¡Y no tengo problema en admitirlo! Soy adicta al estado más puro de mi. A ese, llamémoslo orgasmo, que se sucede dentro mio cada vez que soy jodidamente libre.
Y vuela mi mente. Ahora que la sed está un poco más apagada. Una vez que me dejé comer por los demonios que tengo dentro. Después de haber sido consumida por mis llamas interiores. Puedo levantar la cabeza y sonreír. Puedo asegurar que llegué al punto justo. Que siento cómo el alivio se lleva por fin al resto de la desesperación que quedaba. Y bailo por el papel. Con John Mayer que me acompaña sonando de fondo. Y poniendo todo de nuevo en su lugar natural.
Me siento plena. Aunque nada de lo que me estuvo pasando en estos días de desazón constante pueda apoyar al sentimiento momentáneo. Porque sólo me estuve sintiendo asquerosamente mal. Y no creo que sea culpa de nadie, sólo mía. Por querer mentirme, engañar al ser pensante que hay adentro mio.
Porque me gusta creer que soy capaz de lidiar con todo. De perdonar, de olvidar, de ver cómo la historia se repite delante de mis ojos y cómo bajo la cabeza y lo acepto. Como si lo mereciera. ¿Lo merezco acaso? Pero no quiero pensarlo más. Quiero quedarme con lo mejor de mi ritual y dejar lo amargo para después.
Los ojos vuelven a su estado normal. El sudor deja de brotar en mis manos. Se normaliza el latir de mi corazón. Y mi respiración quiere volver al curso habitual. Se apaga la sed. Vuelvo a mi cuerpo. Y así, concluye nuevamente mi ritual. Dejándome tirada en la cama. Rendida. Sin energía, con mucho sueño, pero sumamente feliz. Con la plenitud a flor de piel. Como si no importara nada más. A la espera de la próxima necesidad. Del siguiente ataque de sed. Esa sed que aunque ardiente y rasposa, logra sacar lo mejor de mi.
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