La vida es acerca de decisiones, elegir una u otra cosa puede cambiar el rumbo de lo que vivimos o vamos a vivir. Algunos vivimos intentando evitar esos momentos en los que sí o sí tenemos que elegir entre una cosa u otra. Vivimos asustados por lo que podemos perder, cuando en realidad deberíamos pensar en todo lo que podemos llegar a ganar. Es una mierda vivir pensando en el después y no ser capaz de dejarse llevar. Muchas veces dejamos de hacer cosas que podrían traernos muchas satisfacciones por miedo a lo que pueda llegar a pasar. Gente como yo, necesita certezas y por eso se crean líneas, barreras que no nos atrevemos a cruzar. Pero siempre, en cierto punto, tenés que tomar una decisión. Si queremos vivir con la incertidumbre de lo que podría haber sucedido, si tan sólo hubiéramos dicho que sí, en lugar de negarnos sin haber estado seguros. Los límites no mantienen a las otras personas afuera. Te mantienen a vos encerrado. Y nadie se merece vivir encerrado por los miedos, cercado dentro de cuatro paredes invisibles que no nos animamos a cruzar. La vida es complicada, nosotros la hacemos así. Pero así como la complicamos, podemos simplificarla, evitando enroscarnos en las cosas que son verdaderamente simples. Y la verdad es que yo no quiero quedarme así, porque te perdés de muchas cosas, de cosas que pueden llenarte como nada, que pueden hacerte sentir vivo, hacerte sentir como nunca antes te habías sentido. Sin importar las consecuencias, sin mirar atrás, seguir el primer instinto a veces no es malo, y te puede ahorrar varios dolores de cabeza. Pero depende de vos, animarte o no, jugar a todo o nada, a vencer eso que te ata a la racionalidad. Entonces, podés desperdiciar tu vida dibujando líneas... o podés vivirla cruzándolas. Pero hay líneas que son demasiado peligrosas como para cruzarlas.
Esto es lo que sé: si estás dispuesto a arriesgarte, la vida desde el otro lado de la línea es espectacular.
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