viernes, 2 de diciembre de 2011
Que las luces te guíen.
Últimamente estuve pensando mucho en vos. Numerosos recuerdos se me vinieron a la cabeza. Me acordé de tu sonrisa, de tus dientes tan blancos como la nieve, siempre perfectos. Pude verte saltando. Pude escucharte tocar el piano como todas las mañanas en el colegio, y mi voz acompañando bajito el ritmo de lo que hacías sonar. Te escuché pelearme por Jacob y Edward, bajé las escaleras de madera y te vi como el último día que entraste al Rawson, de camisa y corbata, esperando tu diploma. Y con todos los recuerdos, con todas las cosas, recordé lo mucho que te extraño. Las ganas que tengo de volver a escuchar tu risa, que siempre fue tan particular, son indescriptibles. Porque hay veces en las que quiero que llegue tu abrazo, que quiero poder contarte lo mierda que está hecho el colegio ahora y la suerte que tuviste de haberte ido antes. Por lo menos ahora puedo entender que no estás, pero que de alguna manera siempre me vas a acompañar en mis recuerdos. Porque mi mente viaja sola, mi imaginación es infinita. Y cuando el viento me despeina, cuando siento la vida dar vueltas como un remolino por mi cara, automáticamente me conecto con vos. Y con todo lo bueno que siempre me diste. Haberme despedido de la ONU pensando en vos, en cada pasillo que recorriste, en cada asiento en el que te sentaste, el micrófono que usaste, el estrado en el que te apoyaste para intentar convencer a un grupo de pibes de que Libia capaz no era tan mala, mucho antes de todo el quilombo de ahora. Dicen que cuando uno vuelve a hacer todas las cosas que solía hacer con ese alguien que extraña, después deja de doler. Y espero que llegue a ser así. Todavía me quedan un par de cosas, quiero encontrar la compañía perfecta para comer Twistos y tomar Fanta, para caminar por esas calles de Recoleta escuchando tu voz en cada esquina. Hacer ese recorrido en el 124, comer mis papas fritas con la salsa de tu ensalada. Y ser felices. Porque lo fuimos en todo momento. Nos disfrutamos siempre amigo, como tenía que ser. Con frío, con calor, en cualquier lugar, no nos importó jamás. Y siempre vamos a ser amigos. Porque estas amistades, que uno lamentablemente las termina de notar cuando ya es un poco tarde, van mucho más allá de lo físico. Siempre vamos a ser amigos, siempre te voy a amar, siempre te voy a ver cada vez que cierre los ojos, y voy a saber sentirte todas las veces que el viento frío me pegue en la nariz. Cada vez que sienta fría la cara, cada vez que la vida vuelva a mi, vas a estar conmigo. Porque nunca voy a dejar de extrañarte, pero sí merecés que te deje ir. Que te deje descansar y volver a vivir en mis pensamientos. Porque mis lágrimas, cada una de ellas, cae como consecuencia de la increíble felicidad que le diste a mi corazón con tu presencia. Gracias por haber pasado por mi vida, gracias por haber tocado mi corazón, por haberle enseñado (sin quererlo) tantas cosas a mi alma. Espero que encuentres tu camino, o que ya lo hayas encontrado, que las luces te guíen siempre, porque nunca dejaste de irradiar tu propia luz. Único en tu especie. Siempre, pero siempre, voy a escuchar tu risa. Pase lo que pase. Siempre Fran.
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