domingo, 25 de septiembre de 2011

La Resaca.

Puedo recordar perfectamente aquel comienzo del 2010, bajar las escaleras del colegio para ir a casa y ver al grupito de "facheros" esperando en la puerta para hablarte y para (si lograban que te quedaras parado para escucharlos) intentar venderte el viaje de egresados. Después de idas y vueltas, de reuniones, de discusiones, firmamos el contrato. Empezamos sufriendo, después un poco lo olvidamos porque total faltaba un montón, pero con cada cuota lo teníamos presente. Terminamos 4to, verano, joda, volvimos. La depresión de volver, de tener que calzarse el uniforme, de pensar en todo lo que (todavía) faltaba para el viaje. Llegaron las camperas de egresados y con ellas un respiro, una sensación de que estábamos avanzando, de que cada vez faltaba menos. Y recibimos una llamada "viajan el 14" y con eso llegó el momento glorioso. Recortar, dibujar, pegar, pintar, cartel a la pared. "BARILOCHE" y todos los días restantes. Fuimos tachando de a uno, nos turnamos, los que quisieron, los que no dejaron a otros porque querían tachar todos, y así, despacio, llegamos al glorioso martes 13. En mi caso, el día de armar la valija, el día en el que hice TODO lo que no había hecho antes, el día en el que entendí que al día siguiente salía el micro que me iba a llevar a Bariloche. Me desperté ese miércoles tratando de recordar qué me estaba olvidando, y lo logré.
Llegué al colegio con una valija un tanto más grande que yo, llena de ropa que al final no usé, pero que creía de suma importancia. Tenía hambre, nervios, felicidad, preocupación, tenía todo al mismo tiempo. Y lo vi venir, vi al micro llegar, verde y enorme "VÍA BARILOCHE". Lleno de caras que desde arriba nos miraban y (seguramente) pensaban en lo estúpidos que nos veíamos desde abajo. Gente que saltaba, que cantaba, con gorros, cotillón, otros miraban con la cara casi pegada al vidrio y sólo unos poquitos sonreían. Se abrió la puerta y aparecieron ellos, la rubia y el negro, dos completos desconocidos uniformados con ropa de Snow. Esos desconocidos que se iban a convertir en esas personas que nos llevaron de la mano al mejor viaje de nuestras vidas. Esos dos que iban a terminar siendo del grupo, Maru y Udi. Subimos y mierda que fue difícil pasar por ese pasillo. Soltando un incómodo "Hola" imposible de ser detectado en tremendo bolonqui. Nos sentimos como hormiguitas en medio de una multitud y con nuestra mejor sonrisa, nos sentamos cada uno en la butaca que pudimos y no hablamos más, hasta como dos horas después. Con un arranque de valentía, empezamos a hablar con las dos chicas que teníamos sentadas atrás, que nos contaron que ellas habían venido tres porque querían viajar y bueno, se habían animado. Y como quien no quiere la cosa, nos fuimos abriendo, compartiendo la vida personal, como si fuésemos amigos de toda la vida. Tuvimos el atrevimiento de cargarlas, de gritarle a los novios por teléfono, de reírnos todos juntos, de pasarla bien desde temprano. Jugamos, discutimos, me saqué el corpiño a la velocidad de la luz, sólo para hacer que el equipo ganara. Y se fue pasando el tiempo, me hicieron cantar, me hicieron sentir increíble. Íbamos llegando, teníamos que conseguirnos un nombre, porque, al ser cinco colegios, si todos nos poníamos a cantar una cosa distinta, nos iban a pasar por encima. Se barajaron distintos nombres y nos convertimos en la maravillosa Resaca. Y con el nombre vino la canción, que más tarde íbamos a corear en el lobby del hotel, todos juntos, como amigos. Y llegaron los apodos y otras canciones, todo eso antes de siquiera llegar a la ciudad de San Carlos de Bariloche. Bajamos, hartos ya de estar sentados y adentro del micro en el que más de uno (no es mi caso) tenía que doblar la cabeza para poder caminar por el pasillo. Cada uno con su valija llegamos a la puerta del hotel que tanto habíamos puteado, el Cambria, ese hotel que se iba a convertir en nuestra casa durante los mejores 10 días de nuestras vidas. Y cuando llegamos, nos encontramos con un personaje particular, alguien que se subió a un cantero y dijo "Hola, yo soy Pablo, me dicen Bigote, Pepe Argento, como ustedes quieran. Bienvenidos a mi casa, manga de PUTOS!" Y se ganó nuestro corazón, o el de la mayoría. Ese mismo día se iba otro grupo, entramos y literalmente no se podía caminar, tardamos más de cuarenta minutos en llegar a las habitaciones, para que en seguida empezaran los gritos que nos iban a acompañar toda la semana. "LA GENTE DE UDI A COMEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEER! BAJEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEN!". Pasó el primer día, habiendo tenido que ir a buscar la campera de nieve y habiendo estrenado nuestras noches barilochenses en Cerebro, al que íbamos a ir dos veces más. Y así nos fuimos acomodando, equipados con la ropa de nieve que nos hacía caminar como robots, personalmente, midiendo 1,56 y siendo un corchito, si le sumaba la mochila parecía un equeco. Y salimos el segundo día, listos para ir a Circuito Chico y Punto Panorámico, y me bastó abrir la puerta del hotel para sentirme increíblemente bien. Fue una sensación que no puedo describir, que no puedo transmitir, la de abrir la puerta y sentir el viento frío, ese que te despeina el flequillo en el momento justo, el viento que me hizo sentir de una vez por todas que estaba en el lugar que tanto había soñado y esperado. Me hizo sentir que estaba viviendo MI viaje. Y la pasamos de pelos, esa noche bailoteamos en By Pass, el lugar que me hizo quedar sin voz por el resto de la semana (cosa que muchos habrán agradecido). Y arrancamos a las 7 de la mañana, ninguno lo podía creer, pero teníamos que ir a esquiar. Equipados, con muda de ropa, lentes de sol y mucho, MUCHO sueño, partimos para el Cerro Catedral. Y entre insultos, fotos y abrazos, empezamos a consolidarnos como grupo, tirándonos un "que puto que sos" seguido de una sonrisa cómplice y que de repente se transformaba en 50 personas gritándole "PUTO" a ese que había sido insultado. ¡QUE CALOR QUE HACÍA EN EL CERRO LA PUTA QUE LOS PARIÓ! Caímos, esquiamos, comimos, nos tiramos nieve, tuvimos sueño y hasta nos deleitamos. ¿Con qué? Y... encontramos un grupito de bobos de Travel a los que les cantamos "POLICÍA POLICÍAAAAA, CUANTOS AÑOS ME VA A DAAAAAAR, POR MATAR A UNO DE TRAVEEEEEL EN EL CERRO CATEDRAAAAAAAAL?". La canción acompañada por una lluvia de bolas de nieve, por supuesto. Tomamos la aerosilla y volvimos, bajando, con la calma, con la sensación de libertad que te puede dar "volar" por encima de unas montañas nevadas, de ver gente chiquitita abajo, de cerrar los ojos y que el viento solo te lleve, de mirar a cualquier lugar y encontrar la paz que Buenos Aires no puede darte, o por lo menos a mi. Nos disfrazamos y nos fuimos a Genux, que varios compartirán conmigo, fue una reverenda cagada, pero bueno, ESTÁBAMOS EN BARILOCHE! Y todo en Bariloche parece mejor, porque nada te importa. Pero al día siguiente y bastante temprano, iba a llegar la mejor excursión de todas. Y si, nos íbamos a Piedras Blancas a andar en culipatín. Nos pegamos altos palos y nos reímos, de unos y de otros, hasta de nosotros mismos, fui tackleada (una vez más) y por supuesto, siempre estuvieron los que jugaron carreras y se mataron en el camino. A la noche, algunos, tuvimos la Aventura Nórdica, que nos encontró a todos con los ojos cerrados, alrededor de un fogón diciendo "MI DESEO FELIZ ES..." y tirando una ramita al fuego con la esperanza de que ese deseo de corazón llegase a cumplirse en algún momento. Esa vez terminamos el día en uno de los mejores boliches de todo Bariloche, esa noche la reventamos en Roket. En las gradas, como si fuese en la cancha, todos bailando, juntos. En el quinto día nos esperaba la primera excursión de barro, en la que no había barro. Vimos uno de los peores shows de música pero le pusimos onda, hasta fui a cantar sin voz, jugamos a muchos juegos, por primera vez al Mareadito. Pasamos una tarde divertida en la que también nos filmaron cantando nuestro hitazo que decía más o menos así: "SOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOLO LE PIIIIIIIIIIIIDO A DIOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOS, QUE BETO LA PONGA EN BARILOCHEEEEEEEEE, QUE LA PONGA Y VAAAYA AL FRENTEEEEEEEE, DALE BETO NO LE FALLES A TU GENTEEEEEEEE" y que como segunda estrofa decía: "SOOOOOOOOOOLO LE PIIIIIIIIIIIDO A DIOOOOOOOOOOOOOOOS, QUE QUINCI LA PONGA EN BARILOCHEEEEEEEE, QUE LA PONGA Y VAAAAYA AL FRENTEEEEEEEEEE, DALE QUINCI NO LE FALLES A TU GENTEEEEEEE". Algunos se quedaron y se hicieron mierda en la excursión de las 4x4 y otros simplemente volvimos al hotel, para tener más tiempo para alistarnos para esa noche volver a ir a Cerebro. En el medio de todas las excursiones, los boliches, y de aprovechar cada puto minuto para dormir un poco, nos fuimos conociendo. Llegaron las memorables luchas de almohadas multitudinarias, en las que salíamos 6 o 7 al pasillo a cagarnos a palos y a tocar las puertas de las habitaciones sólo para que el boludo que abriera y todos los habitantes de ese cuarto se convirtieran en las nuevas víctimas. Y bueno, teníamos que ir a andar a caballo, pero en realidad, esa excursión era mucho más que sólo eso. Pasamos la mañana jugando, vimos un show absolutamente genial, de un gordito, cordobés, callado, un tal Bomba. Y como quien no quiere la cosa, de repente estábamos todos llorando. Porque un pelado hijo de puta subió al escenario a hablar sobre la vida, sobre todo y sobre nada, sobre esas cosas que damos por sentado pero que son sumamente importantes, esas cosas que te acarician el alma, esas cosas que te llenan de vida y de felicidad. En fin, cosas de la vida. Nos hicieron cerrar los ojos y conectarnos con esa gente que más queremos, nos hicieron quedar en silencio (escuchando los sollozos ajenos) y entender qué estábamos haciendo en ese momento. Y nos abrazamos, nos quisimos, nos dimos amor, besos y abrazos. Y en ese micro que nos llevó de vuelta al hotel, nadie hablaba, porque no se necesitaban palabras, porque no había silencios incómodos, porque cada uno estaba en la suya y no necesitaba más que el silencio. Algunos tuvimos esa misma noche la Cena de Velas y volvimos a encontrarnos todos en Genux, vestidos de blanco. Y sólo nos quedaban dos días, justo cuando empezábamos a reírnos todos de lo mismo, a tener NUESTROS chistes, los chistes de La Resaca. Y bueno, fuimos a los cuatriciclos, a la tarde al paintball y llegamos para ROMPERLA en Grisu, que tanto lo habíamos estado esperando. De vuelta todos juntos, de vuelta todos amigos, mezclados, los conocidos y los no tanto, los amigos de toda la secundaria y los amigos de cinco días atrás, todos siendo uno. Tanto que había algunos que ponían su mejor cara de malos y la fuerza de su cuerpo para evitar que el pogo nos llevara puestas a las chicas de la ronda. Y nos despedimos en esa última excursión con trineos de ruedas y cemento para terminar de desconcharla en Cerebro, nuestra despedida, en la que el grupo que se la bancó, se quedó hasta que el boliche fue nuestro. Para terminar con el viaje de nuestros sueños. Al que no le cambiaría nada, no le quitaría ni le agregaría nada, porque fue perfecto. Con sus altibajos, con sus (pocos) momentos no tan divertidos, con las peleas de la convivencia, con todo.
Y nos subimos al micro, listos para volver, con el sueño que se notaba en la cara y con la tristeza que azotaba nuestros corazones. Sin Maru, porque ella se tenía que quedar allá a la espera de su nuevo grupo, nos habló, nos dijo todo lo que pensaba de nosotros, algunos emocionados, otros riendo, la despedimos, con gritos, aplausos, besos y abrazos, y por supuesto, cantando la canción que habíamos inventado en el viaje de ida, la canción que decía más o menos así: "LA RESACA LA TIENE BIEN PARADAAAA, LA RESACA LA SABE COLOCAAAAR, LA RESACA NO CRÍA MARICONES, NI PUTOS, NI CAGONES, COMO TODOS LOS DEMAAAAAAAAAS!" y se bajó, con los ojos vidriosos, y nos tocó despedirla desde arriba, gritándole lo mucho que habíamos llegado a quererla. No podíamos creer que ya se había terminado. Y nos dormimos, nos fuimos despertando, nadie duró mucho tiempo despierto hasta lo último, hasta el principio del otro día, el día que íbamos a llegar a destino. Y casi sin entenderlo, estábamos llegando a casa, y en las interminables charlas nos poníamos todos a hablar de lo mismo y a recordar momentos de hacía dos días, porque claro, eso es lo que hacen los amigos. "¿QUIÉN PONE CASA?" gritó uno del fondo, "DALE, HOY SALE PREVIA Y VAMOS A BAILAR A ROKET" contestaron, con nostalgia. Y se fueron bajando, primero las chicas de Baradero, después las chicas del Liceo (mis amigas las putas) y después nos tocó a nosotros. Bajamos dejando atrás a la banda quilombera del La Salle, prometiendo volvernos a ver. Nos dimos besos y abrazos, nos gritamos un poco, y nosotros desde abajo y ellos desde arriba, volvimos a cantar el hit, para despedirnos como llegamos, haciendo lío y cantando todos juntos.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Las cinco temidas etapas.

Hay veces en la vida, momentos, situaciones, sentimientos a los que se nos hace imposible nombrar, ponerles palabras. Podemos sentirnos abrumados, podemos sentir que la vida nos pasa por encima, o algo así. Y los seres humanos tendemos a querer explicar todo, a nombrar todo, pero hay veces en las que eso es simplemente imposible. Según Elisabeth Kübler-Ross, cuando nos estamos muriendo, o sufrimos una pérdida catastrófica, todos pasamos por cinco etapas de duelo.
La primera de ellas, la negación, porque la pérdida es inconcebible, no imaginamos que es cierta. Nos enojamos con todos, enojados con los sobrevivientes, enojados con nosotros mismos. No queremos saber nada con nadie. Repetimos que estamos bien, queremos sacarnos al mundo de encima, que nos dejen de presionar. ¿Por qué todos se meten tanto? Entonces negociamos. Rogamos, suplicamos, ofrecemos todo lo que tenemos. Damos nuestras almas, a cambio de un día más. Una hora más, un minuto más, tan sólo un segundo más. Pero no. Cuando la negociación falla y cuesta mantener la ira, caemos en una depresión, desesperación, hasta que finalmente tenemos que aceptar que hicimos todo lo que pudimos. Por estar con ellos, por sentirnos mejor. Por hacerlos sentir mejor. Y entonces, lo dejamos ir. Lo dejamos ir y pasamos a la aceptación. Por mucho que nos cueste aceptarlo, aprendemos cómo combatir la muerte, pero nunca aprendemos cómo continuarla. Así que simplemente intentamos hacer lo mejor poniendo todo de nosotros. Es difícil encontrarle una explicación a todo esto. Miramos a nuestro alrededor sintiendo cada habitación vacía, cada esquina solitaria, y pasan las horas, pasan los días, y por momentos nos vamos reponiendo. El diccionario define dolor como: "Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior. Sentimiento de pena y congoja." En el colegio nos enseñan a aprender a confiar en libros, en definiciones, en absolutos. Pero en la vida real, las definiciones raramente se aplican. En la vida real, el dolor puede parecerse a un montón de cosas que se asemejan a una pena aguda. El dolor puede ser algo que todos tenemos en común, pero se ve diferente en cada uno. Lo tomamos distinto, lo aceptamos distinto, incluso lo tratamos distinto. Porque no es fácil lidiar con estas situaciones, cuando la vida te arranca un pedazo del cuerpo para no devolvértelo jamás. Un pedazo imposible de llenar, imposible hacer que deje de doler. Sólo podemos acostumbrarnos al dolor. La muerte, la muerte viene sin pedir permiso, la muerte se lleva lo mejor de nosotros, la muerte se lleva la luz. No es sólo muerte lo que tenemos que enterrar. Es la vida, es la pérdida, es el cambio. Es eso que viene y da vuelta todo lo que tenemos, revuelve todo, nos hace hacer cosas inesperadas, impensadas. No entendemos, no queremos entender, no queremos vivir, ¿para qué si todo lo bueno se termina? Un ataque de nervios. Un ataque de llanto. NECESITO QUE VENGAS Y ME DESPEINES, NECESITO QUE ME AYUDES A ENCONTRAR LA FORMA, QUE ME HAGAS SABER QUE ESTOY ACÁ POR ALGO. AYUDAME A RESPIRAR. Y cuando nos preguntamos por qué tiene que ser tan malo a veces, por qué tiene que doler tanto, lo que tenemos que recordar es que se puede dar vuelta. Así es cómo seguís vivo. Cuando duele tanto que no podés respirar, así es cómo sobrevivís. Recordando que un día, de alguna manera, increíblemente, no se sentirá de esta manera. No dolerá de esta forma. Porque vas a ser capaz de recordar a esa gente con todo lo bueno que te dieron y por ende, todo lo bueno que te dejaron. Porque fueron únicos e irrepetibles, increíbles. El dolor viene en su propio momento para cada uno, a su propia manera. Así que lo mejor que podemos hacer, lo mejor que cualquiera puede hacer, es intentar ser sincero. Con todos, con uno mismo. Lo realmente malo, la peor parte del dolor, es que no podés controlarlo. Lo mejor que podés hacer es intentar sentirlo cuando llega. Darse cuenta, aceptarlo, levantar la cabeza e intentar seguir. Con los ojos rojos, llenos de lágrimas, llenos de dolor. Pero con la frente en alto, como todos quisieran vernos. Hay que dejarse querer y apoyar, dejarse abrazar en el ataque de rabia, dejarse acompañar y escuchar. Y dejarlo pasar cuando podemos. La peor parte es que cuando creés que lo superaste, empieza otra vez. Te toma por sorpresa. Y siempre, cada vez, te quita el aliento. Hay cinco etapas del dolor. Se ven diferentes en cada uno de nosotros, pero siempre son cinco. Negación, ira, negociación, depresión, aceptación.