domingo, 14 de agosto de 2011

Nuestra historia siempre sale a flote.

La gente tiene cicatrices en todo tipo de lugares inesperados. Son como itinerarios secretos de su historia personal, diagramas de todas sus heridas viejas. Algunas de nuestras heridas viejas se curan y dejan sólo una cicatriz, otras no la dejan. Llevamos algunas heridas a todos lados y aunque haya pasado mucho desde que nos cortamos, el dolor aún permanece. El problema es que nosotros creemos que esas cicatrices algún día se van a borrar. Pero nuestra historia nos sigue a dondequiera que vayamos. Podemos ignorarla todo lo que queramos. Pero nuestra historia, con el tiempo siempre regresa y nos persigue. A fin de cuentas, es lo que decide quiénes somos en realidad y nos muestra tal cual. Algunos creen que sin historia nuestra vida no es nada. Y la verdad es que es muy difícil determinar cuánto de verdad hay en esa afirmación. Porque cuando perdemos la memoria, cuando no nos acordamos de nuestro pasado, no dejamos de ser quiénes somos ¿o si? La historia te marca, te fortalece o te debilita, pero tu esencia, tu esencia está más allá de la historia que puedas llevar en tu mochila. Pero entonces, ¿qué es peor? ¿Las heridas nuevas que son muy dolorosas o las heridas viejas que debieron sanar hace años y nunca lo hicieron? Quizá nuestras heridas viejas nos enseñan algo, nos recuerdan dónde estuvimos y lo que superamos. Nos dan lecciones sobre qué evitar en el futuro. Son marcas en la piel, en el alma, en el corazón, que quedan grabadas en nuestra memoria. Y que cada tanto, reaparecen. Con una canción, algún olor, un lugar, un sonido, una sonrisa, o una simple fotografía. Y rememoramos todos esos momentos que nos hicieron lo que somos hoy. No importa lo bueno, tampoco lo malo. Todo aporta y todo nos define, nos hace grandes. Y no de edad, no de altura, hablo de la grandeza que se lleva adentro del alma. Esos recuerdos nos llevan a nuestras decisiones, porque, en algún momento, todos tenemos que elegir. ¿Confiamos en lo que sabemos? ¿O seguimos adelante con algo nuevo? Es difícil evitar que el pasado nos persiga. Nuestra historia es lo que nos da forma, lo que nos guía. Como dije antes, nuestra historia es lo que somos. Nuestra historia sale a flote. Una y otra vez. Y a veces, es muy fácil dejarse llevar por todo ese pasado, tan bueno y tan malo. Pero tampoco hay que quedarse en eso que vivimos. Si bien nuestra historia es lo que somos, también es lo que queremos ser. Entonces, debemos recordar que a veces la historia más importante es la que hacemos hoy. Tendemos a creer que no vamos a volver a repetir los errores del pasado. Eso es lo que nos gusta pensar. Pero así no es, ¿no? Debemos aprender algunas cosas una y otra vez.

lunes, 8 de agosto de 2011

Heridas.

Somos tan paranoicos, tan asustadizos que estamos acostumbrados a buscar enfermedades por doquier. A veces, el problema se detecta fácilmente. Casi todo el tiempo, tenemos que ir paso a paso. Muchas veces, no sabemos qué le pasa a alguien con sólo mirarlo. Después de todo, puede verse muy bien por fuera mientras su interior dice otra cosa totalmente diferente. Es fácil sugerir una solución rápida cuando no sabés mucho del problema, cuando no conocés el motivo escencial, o sólo cómo de profunda es la herida, realmente. El primer paso a la cura de verdad es saber exactamente qué enfermedad hizo la herida en primer lugar, pero eso no es lo que la gente quiere escuchar. Enfermedades, amores no correspondidos, traiciones, abandonos. Todas heridas distintas en motivo pero iguales en dolor. No todas las heridas son superficiales. Casi todas las heridas son más profundas de lo que imaginamos. No podés verlas a simple vista. Te duelen pero podés vivir con ello. Te acostumbrás, te resignás a que el dolor sea una parte activa de tu vida, cuando obviamente no tendría que ser así. Y después están también las heridas que nos toman por sorpresa. Esas que no vemos venir, pero que de un momento a otro nos damos cuenta que son parte de nuestra vida. El truco con cualquier herida o enfermedad consiste en cavar y buscar la causa de la herida. Usualmente es difícil, nos encontramos con muchas cosas que creen ser las causantes, pero no son más que problemas superficiales. Pero después de mucho buscar, cuando la encuentres, lo importante es que intentes curarla por todos los medios. Para curar una herida, pero que sea una cura verdadera y no sea solamente un parche mal cosido, tenemos que olvidar el pasado que tenemos presente, ignorar las complicaciones del futuro que pudieran surgir, e ir a por la cura rápida, pero duradera. Como amigos, como seres humanos, intentamos hacer todo lo mejor que podemos. Nos esforzamos no sólo por nuestras heridas, sino también por las de quienes nos rodean. Pero el mundo está lleno de giros y vueltas no esperados. Las cosas se salen de las manos. Y justo cuando crees que tenés un hueco en la tierra, el terreno por donde pisas se desplaza y te tira por el aire. Y no entendés si está bien preocuparte por un tiempo sólo por vos mismo y dejar atrás todo eso que te pusiste en la espalda y que llena la mochila pesada que llevás. Con tu vida, la de tu familia, la de tus amigos. Y todos los problemas que vienen con ellas. Y con las heridas que acompañan a los problemas. Si tenés suerte, terminás con un poco menos que una herida. Algo que una curita podrá cubrir. Algo que no va a dejar una marca, que es sólo temporal. Pero algunas heridas son más profundas de lo que parecen al principio, como ya dije, requieren más que una cura rápida. Tenemos que encontrar la solución que va a hacer que dejemos todo eso que nos atormenta, que nos hace mal, en un pasado totalmente pisado. A veces se puede, y otras simplemente... no. Con algunas heridas tenés que arrancar la curita. Dejarles un respiro y darles tiempo para curarse.

El vaso no tiene fondo.

Cuando nos piden que avisemos el momento en el que estamos listos, no lo decimos. No decimos "cuando" porque siempre existe la posibilidad de algo más. Más tequila. Más amor. Más de lo que sea. Más es mejor. Lo bueno, no siempre es lo que parece. Mucho de cualquier cosa, hasta del amor, no siempre es algo bueno. Nos soltamos porque creemos que cuanto más podamos recibir de algo o de alguien, vamos a estar mejor. Y es difícil saber cuándo parar, tirar la toalla a tiempo para que la vida no nos pase por encima. ¿Cómo sabés cuándo es bastante? Demasiado muy pronto. Mucha información. Mucha diversión. Mucho amor. Mucho que preguntar. Entonces, entregarse a la vida es genial, sentirse despreocupado, pero... ¿qué pasa con los excesos? Siempre se dice que es mejor ver las cosas con el vaso medio lleno. Pero el problema está cuando creemos que teniendo mucho de todo, podemos llenar la parte del vaso que todavía está vacía. Hay algo que decir sobre el vaso medio lleno... Sobre saber cuándo decir "cuando". De creer estar listos, de creer saber cuándo podemos parar. De pensar, de tomar, de comer, de correr, de gritar. Pero hay veces que simplemente no podemos, porque es más fuerte que nosotros. Porque es tarde para arrepentirse cuando ya nos dejamos estar. El amor. El tequila. Es todo lo mismo, digamos, creo que es una línea demasiado borrosa, la que existe en un barómetro de necesidad y deseo. Depende completamente de la persona y depende de lo que estén sirviendo. Y se complica. Esto de admitir que no podemos más, que no queremos más. Porque a veces, aunque queramos creer que en realidad tenemos control de la situación, es muy factible que en realidad no sólo nos esté ganando, sino también, es posible que nos esté dando una paliza. A veces.. lo único que queremos es probarlo. Entender qué es lo que tanto nos atrae, sin importar qué. Otras veces, no hay suficiente. Queremos, probamos, intentamos. Pero nada alcanza. Y nos damos cuenta que en realidad el vaso no tiene fondo. Y queda en nosotros decir basta. Al final de cuentas, todo lo que queremos... es más. Es posible que en algún momento lleguemos a tomar conciencia y podamos decidir cuándo estamos listos para detenernos, para alejar la botella de tequila, para terminar con ese amor que nos hace mal, para escupir la verdad.