domingo, 1 de septiembre de 2013

Un año después.

Recuerdo todo como si hubiera pasado en cámara lenta. Una noticia, la desinformación y unida a ella, la desesperación.
"¿Estás?" Y una respuesta que nunca llegó.
Cada minuto acrecentaba la agonía, el dolor, la incertidumbre.
"¿Qué pasa? ¿Por qué no entiendo?"
Apuñalada en el corazón.
Lágrimas que empezaron a brotar.
Y después, todo negro.
Tengo presente que en ese momento sentí como si se me hubiera hecho un agujero en el medio del pecho, como si algo estuviera presionando para salir. Tenía miedo de caer a la realidad, de que lo que sucedía a mi lado no fuera un sueño. Pero fue la angustia la que se apoderó de todo mi ser, que se hizo dueña de mis pensamientos y de todos mis días. Y de verdad, no hay nada más horrible que eso. Porque los días se vuelven más largos y grises, porque a veces, despertarse y enfrentar la realidad, es lo más complicado del mundo.
Lo primero que pensé fue que no iba a poder reponerme de eso nunca más. Que extrañarlo a Fran me iba a consumir por dentro hasta que ya no quedara nada más que la carcasa que cubre mi cuerpo. Dejé a la angustia y al dolor abrirse paso y destruir todo lo que se les cruzara. Me perdí. Y lloré todos los días, me pregunté una y mil veces por qué tenía que vivir algo así de horrible otra vez. Cuestioné al universo el porqué de haberse llevado a una persona tan pura para no dejarme verlo nunca más. Me enojé, pataleé. Y seguí llorando, porque sentía que nada me iba a mejorar, que todo estaba perdido para siempre.
Fueron pasando los días y cada vez lo necesitaba más. Supongo que es lógico ya que siempre que me sucedía algo trascendental, podía recurrir a él para contárselo y compartir mis sensaciones. Y ya no podía hacerlo más. En ese momento entendí que con él se había ido una parte de mi. Después empecé a sentir la culpa, de no haberlo visto una vez más, de no haberlo abrazado o haberlo visto sonreír y ponerse hermoso al hacerlo.
"¿Qué voy a hacer sin sus abrazos, sin el latir de su corazón?"
Pasaron los días y la angustia no se iba, no aflojaba. Y la necesidad de poder volver a mirarlo a los ojos, tampoco. Me empecé a desesperar. Pero ahí comprendí que nada ni nadie me lo iba a devolver. Que por más que esperara la llegada de un mensaje o de una llamada suya, no iba a suceder. En ese instante entendí que todo era real, y que lo iba a extrañar el resto de mi vida. Lo empecé a ver en todos lados, como ráfagas de viento. En un reflejo, en otra persona, en un recuerdo, en las canciones. Y cómo no, con el viento fresco. Podía imaginar qué me diría él de ciertas situaciones casi como si lo tuviera al lado. Y me asusté.
"¿Estaré loca? No puede ser..."
Entonces lo empecé a soñar. Soñé con su sonrisa, con sus ojos a veces celestes y a veces verdes. Lo soñé con frases tan suyas como la naturalidad con la que se movía. Lo soñé guiñándome un ojo, retándome. Lo soñé haciéndome reír, y la última vez, lo soñé pidiéndome que dejara de llorar. Y de alguna manera muy extraña, empecé a hacerle caso. Supongo que intenté empezar a dejarlo ir. A olvidarlo jamás, pero a dejar de retenerlo conmigo. Y me volví a asustar.
"¿Qué hago si algún día no puedo recordar el sonido de su voz?"
Y lo busqué en todos los rincones de mi mente. Ejercité mi memoria para poder tener presente todos los momentos que pasé con él, todas las veces que quise decirle lo mucho que lo quería pero no lo hice para que no me contestara que era insoportable, y todas las otras veces que sí lo hice y lo abracé a la fuerza. Porque siempre terminaba cediendo, siempre sus brazos terminaban rodeándome y haciéndome sentir segura. Puse a prueba mis recuerdos y tarde o temprano, empezaron a reaparecer, tan nítidos como si todo hubiera sucedido sólo unos minutos antes. Me acordé de la primera vez que lo vi, de la primera vez que hablamos, de todas las veces que nos sentamos juntos y de todas las otras que nos retaron. Lo reviví. Lo tuve conmigo neutralizando mis enojos, diciéndome que las cosas no eran tan terribles como parecían, y asegurándome que mi nerviosismo no valía la pena. Me acordé cuando me contó que tenía entradas para Luis Fonsi y que las pensaba vender pero le rogué que me llevara, y lo hizo. Porque él era así.
Ni siquiera creo que haya una palabra que pueda describirlo. Creo que lo único que vale decir es que él era Franco. Era sincero, y eso es algo que le agradezco hasta el día de hoy. Porque nunca me dijo lo que yo quería, al contrario, siempre era de llevarme la contra para hacerme entender que no se puede ganar todas las veces. Era mi hermano, porque nos habíamos elegido como tales. Y puede sonar un poco loco, pero hoy siento que es mi héroe. Que su recuerdo me ayudó a no morir de la angustia, que pensar en él como una de las mejores cosas que me pasaron en la vida, me tranquiliza.
Nada va a cambiar lo que pasó, y mucho menos va a hacer que esto esté bien. Porque habernos privado a todos de esos ojos y de esa calidez nunca va a estar bien. Pero lo que él supo dejarnos sí lo está. Franco me cambió la vida, nos la cambió a los que lo conocíamos y queríamos. Nos unió, nos hizo pensar. Nos volvió a acomodar y nos puso en el lugar que nos correspondía. De cierta forma, nos salvó la vida.
Ya nada es igual. Y lloré muchas veces por eso, porque nada estaba como antes, porque lo que hacía ya no se sentía correcto. Entonces empecé a hacerle promesas, a pedirle que me ayudara con todas las cosas que se me presentaban. Y hasta ahora, en ningún momento me falló. Y sé que lo voy a tener conmigo para siempre, aunque ya no pueda verlo.
Extraño su voz, su manera exagerada de cantar algunos temas, su inglés tan gracioso, sus gritos, su interés desmedido por los chusmeríos del colegio, su solidaridad, las caras que ponía, su facilidad para hacerse el sexy y hacernos reír a todos. Extraño cómo hacía que todo estuviera bien. Extraño escucharlo hablar de las cosas que sabía... y de las que no sabía también. Extraño esos momentos en los que podía verlo desde el escenario sentado acompañándome en lo que me gusta hacer. Extraño sus puteadas y sus frases distintivas. Extraño su movimiento de hombros, bah, todo su bailar. Extraño esa apariencia torpe que tenía y la delicadeza con la que se acomodaba el pelo. Extraño que siempre se dejara machacar por nosotras, pintar, peinar, abrazar y molestar. Extraño su paciencia y sus arranques de locura. Extraño poder hablar de todo con él. Extraño cómo intentaba pasar desapercibido cuando quería dormir en clase, aunque midiera casi dos metros y eso fuera completamente imposible. Extraño todo lo que era, todo lo que es.
Y lo voy a extrañar para siempre.
Pero ya no me hace mal. Pensar en él sólo me arranca sonrisas, y de alguna forma siento que su risa está en la mia. Y en la de todos los que lo queríamos, los que lo recordamos. Su voz está en la de todos, las cosas que nos enseñó también. Para muchos, como una forma de vida.
Y lo voy a repetir hasta que no pueda decirlo más, Franco nos salvó la vida.
Es mío para siempre, lo tengo en todos mis instantes, lo veo y lo siento cada vez que lo necesito.
Franco es mi cable a tierra, porque me hizo abrir los ojos. Me hace disfrutar todos los días como si ya no quedaran más. Su recuerdo es perfecto. Todo lo que me dijo es perfecto.
Es luz, es guía, es un ser que se volvió eterno, que va a vivir siempre en mi. Porque lo tengo tatuado en la piel y también en el corazón.
Hace un año creí que no iba a poder, que iba a llorar todos los días de mi vida hasta que ya no tuviera más fuerzas. Pero hoy, el panorama es otro. Su recuerdo es risa. El amor que le supe tener y que le sigo teniendo me hace feliz. Haberlo conocido me cambió para siempre, y no tenerlo hoy, también.
Amigo, hermano, héroe, eterno. Para toda la vida.