sábado, 29 de octubre de 2011

Ninguna expectativa podrá con ello.

Es difícil. Me atrevo a decir que más que difícil, esto es extremadamente confuso. No sé cómo empezar. Lo único de lo que estoy totalmente segura es de que quiero escribir. Hace varios días que intento encontrar un por qué a mi tormenta de sentimientos, a mis (pocos) momentos de felicidad y a mis (muchos) momentos de enojo y tristeza. Es algo que quiero pero no puedo explicar. Y supongo que algo tendrá que ver con esto de estar terminando una etapa. Pero es algo de lo que yo esperaba muchísimo más y que, lamento admitir, me está decepcionando bastante. Estudiás, te preparás, esperás. Meses y años que te llevarán a un día. Eso es lo que yo estaba esperando. El día en que das un paso adelante. El día en que tenés que decidir tu vida en un formulario, o el principio de ella. Y ese día tenés que estar preparado para cualquier cosa. Y eso hacés. Te sacás una foto tamaño carnet, fotocopiás las primeras dos hojas de tu documento, pedís un certificado en el colegio y vas. El día que te designaron por la letra de tu apellido, te presentás ante unos extraños para llenar la ficha con los detalles de lo que querés para tu vida.
Pero hay una cosa para la que nunca estás suficientemente preparado. El día en que das un paso atrás. El día en el que te volvés a replantear todas estas cosas. En el que no podés creer que tu rutina está a dos meses de terminar. Pero bueno, a veces sucede en un instante. El momento en el que nos damos cuenta que somos amos y señores de nuestras vidas y nuestras decisiones. Que todo, absolutamente todo, depende pura y exclusivamente de nosotros mismos. Y damos un paso hacia adelante. Nos convertimos en líderes. Y bueno. Vemos un camino a seguir. Donde no había nada, vemos un camino y lo tomamos. Y seguimos. Incluso cuando no tenemos idea de a dónde vamos. Sé un adulto. La gente lo dice todo el tiempo. Es algo que se repite una y otra vez, que llega a perseguirnos, a reinar cada uno de nuestros pensamientos. ¿Pero qué significa eso? ¿Se trata de fuerza? ¿Se trata de sacrificio? ¿Se trata de ganar? Es una respuesta que nadie nos puede brindar. Es algo que nos enseñan que tenemos que descubrir por nuestra cuenta. Pero, quizá es más simple que eso. Quizá tenga que ver con un equilibrio. Quizá hay que aprender cuándo NO ser un adulto. Porque a veces, a veces hace falta un adulto de verdad para poner de lado su ego, admitir la derrota, y simplemente empezar de nuevo. Para ser un adulto hay que aprender que hay mucho más en la vida aparte de la diversión del momento. Que no todo es ganar o perder. Y que las consecuencias, a las que estamos acostumbrados a olvidar y de las que no dejamos de escapar, pueden perseguirnos toda la vida. Y no sé si me quiero exponer a todo esto. No sé si voy a poder ganarle a todas las cosas que se van a presentar. No sé si voy a ser más fuerte que cualquier obstáculo. Pero no me voy a rendir. Voy a salir adelante como sea. Peleando con uñas y dientes en todo momento. Porque ninguna expectativa puede evitar que lo que hay, no pueda llegar a ser mejor que lo esperado. O eso quiero empezar a creer.

jueves, 27 de octubre de 2011

Caída libre.

A nadie le gusta perder el control. No hay nada peor que eso. Para mi, es un síntoma de debilidad, de no estar capacitado para lidiar con algo o alguien. De no poder. Aún así y por mucho que pese, hay veces en las que simplemente no podes evitarlo. Es como que te encontrás envuelto en un mar de nada. Donde todo lo que te rodea no te convence. El mundo intenta venderte algo que no querés ni podés creer. Y te supera. Los problemas y las ideas empiezan a pesarte en la cabeza hasta el punto de llevarte a la desesperación, al borde de la locura. Y no ves salida. No parece haber salida. Cuando el mundo deja de girar y te das cuenta que tu nada puede salvarte, creás una carcasa. Un mecanismo de autodefensa para mantenerte separado, totalmente alejado de la realidad que no querés ver, que no te interesa compartir. Pero es difícil. Mantener la cordura, no perder el rumbo. Porque llega un punto, un momento en el que es inevitable querer conectar con el mundo exterior. Llega un punto en el que sos obligado a conectar, a despertar, a escuchar. Y no importa lo duro que luches, caerás. Porque no hay otra salida, no hay otra forma. El mundo, poco a poco, nos va llevando a todos por el mismo camino. Algunos intentamos salirnos. Pocos pueden. Otros, se rinden. Y eso da tanto miedo como el infierno. La posibilidad de perder la esencia que nos hace diferentes. Ese toque mínimo pero indispensable que te ayuda a gritar “ACÁ ESTOY, Y NO ME VAN A CAMBIAR”. Y te consume. Toda esta puja entre lo que queremos y lo que esperan que hagamos, nos consume. Nos va sacando la energía, justo como me siento yo en este momento. Se pierden las ganas de levantarse por las mañanas. Porque no encontrás un propósito. A mi me cuesta, muchas veces siento que pierdo el rumbo. Muchas veces, no entiendo a dónde voy, pero sí sé a dónde quiero ir. Es difícil, pero es una lucha que nunca pienso abandonar. Aunque me encuentre en caída libre. De hecho, en este momento, siento que no paro de caer. Pero la ventaja en la caída libre, es la oportunidad que das a tus amigos de agarrarte. Y a ellos estoy aferrada. Es por ellos que no termino de caer a la tierra y de romperme la cara contra el piso.