miércoles, 19 de septiembre de 2012

Imposible volver atrás.

Las cosas suelen tomarte por sorpresa. Y éstas sorpresas no siempre son gratas. Cuando las sorpresas se convierten en malas noticias y como consecuencia una gran tristeza se apodera de tu cuerpo, éste sufre algo así como un trauma. Algo inexplicable, doloroso, insoportable.
Después de un trauma, tu cuerpo está en su punto más vulnerable. Es cuando no sabés qué hacer. Cuando no entendés lo que pasa a tu alrededor. El tiempo de respuesta es fundamental, cuanto más tardás en caer, más abrupta es dicha caída. Te golpeás la cabeza contra el pavimento, perdés el conocimiento, te cuesta levantarte. Y de repente estás rodeado de gente. Todos empujando para llegar a la meta. Te quieren arreglar como si se pudiera. Ponen lo mejor de sí mismos para ayudarte, pero no se puede, no hay forma. Aunque sabés que es imposible, aunque crees que no hay salida, intentás. Recomponiéndote otra vez. De nuevo. Querés distraerte, descargar. Pasás tu tiempo entretenido, para no ver, para no pensar. Hasta que un día lo aceptás. Gritás, pataleás, te enojás con todo el que se te cruce. Y llorás, llorás como nunca antes habías llorado, olvidando ya el por qué de las lágrimas que no paran de brotar de tus ojos.Y una vez que pasa el shock, una vez que se entiende lo que pasó, comienza la verdadera curación. Que es algo así como una recuperación, como si hubieras estado enfermo o algo por el estilo.
Es algo que se hace en solitario. Nadie te puede arreglar, no se puede volver a construir tan rápidamente. Es largo, es exhaustivo. Cansa, destruye. Es tan agotador que se necesitan muchísimos empujones para seguir. Empujones que se sacan de todos lados. De los amigos, de la familia. Que están, que uno sabe que siempre van a estar. Pero en realidad, es tan solitario como el infierno.
La duración de la recuperación depende de qué tan grande sean las heridas. No siempre se sale con éxito de estas situaciones. Eso es lo que me preocupa. Lo grande que son mis heridas, lo lastimada que estoy, lo cansada que esto me deja. Lo asustada que me hace sentir al mismo tiempo. Porque no hay dolor que no se acompañe lamentablemente del miedo. Un miedo feroz, que arrasa con todo lo que se le cruza. Que come, que ataca. Y no importa cuán duro trabajemos en recuperarnos, algunas heridas puede que nunca cicatricen del todo. Son tan profundas, tan extensas. Algunas de ellas tan injustas. Y nos acompañan para siempre, no nos podemos deshacer por mucho que lo intentemos.
Puede que tenga que adaptarme a una nueva vida, hay cosas que puede que me hayan cambiado demasiado. Para nunca volver a ser lo que era. Es imposible volver atrás. Puede que ni siquiera llegue a reconocerme. Poco queda ya de lo que solía ser, y es una pena. Esto de que la vida lo obligue a uno a crecer. Tantos golpes, tanta angustia, tanta necesidad de sentirme bien. Y eso es lo que termina por destruirme, el hecho de necesitar con tanta fuerza estar bien. Es como si no me hubiera recuperado nada en absoluto de todo lo que ya llevo cargado. Soy una nueva persona. Con una nueva vida. Pero no me rindo, nunca lo voy a hacer. Porque aunque no pueda recordar muchas de las cosas que me caracterizaban hasta hace poco más de dos semanas, estoy segura de que nunca voy a bajar la cabeza.
Y no por mi, ya no me importa eso. Estoy más allá. Lo hago por quienes quedan, por los que no se fueron, por los que siguen firmes a mi lado. Sigo por ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario